terminada la novela ‘El laberinto de agua’, de Eric Frattini, me puse a reflexionar sobre el ‘best-seller’, ese artefacto que las camarillas de enterados que no tienen más fundamento ni factor de cohesión que su intolerancia, y que se encaraman a los hombros del escritor porque carecen de la estatura necesaria para hacer una novela de cuatrocientas páginas, y por eso sólo pueden lanzarles cáusticas andanadas de paralogismos y sofisterías, saqueando los productos del esfuerzo ajeno con ingeniosos análisis de los que únicamente salen bien parados ellos, etcétera.
Pues decía que ese rastro de papeles denominado ‘best-seller’, una imprevisible curva que nunca se acaba de dar y que estamos impacientes de completar para embocar la siguiente, no es más que una evolución natural del encantador y ligeramente prostibular folletín, de capítulos breves, cosidos, engarzados por entregas que posterga deliberadamente las respuestas a modo de culebrón.
Ahora bien, el ‘best-seller’ bien entendido no pretende quedarse en un esqueleto facilón, de carcasa hueca, es decir, afirmativa, sino en un ingenio interrogativo. Nada de fórmulas de éxito asegurado, con personajes estereotipados, buenos y malos, de giros insólitos, revelaciones místicas, potajes de lenguaje masticado y ‘Happy End’, o no sólo eso, sino que además ha de alternar toda esa artesanía con la emoción, con llegar a la profundidad a través de la seducción, con motivar, informar, visualizar, fascinar… crear deseo. Y entremedias, hablar de la culpa, del rencor, del incesto, de la carne, de la herida, de la existencia, de la muerte, de la belleza.
E ste ‘best seller’ que yo propongo también ha de arremeter contra la intemperancia, contra los falsos profetas de la literatura, contra las modas que carga el diablo y hacer alguna que otra travesura para mofarse un poco del exceso de seriedad. Dumas sabe a qué me refiero, o mejor, yo sé a qué me refiero gracias a Dumas.
Q uizás sea eso lo que puede distinguir al ‘best-seller’ tal y como yo lo entiendo de las nubes de chatarra literaria que, al igual que los miles de residuos cósmicos procedentes de los satélites y los lanzamientos espaciales, orbitan a nuestro alrededor.
La línea entre la alta y la baja cultura hace tiempo que ha desaparecido, y lo ha hecho hasta el punto de que en este momento sería difícil trazar una nueva, pero en un arte que avanza cada vez más deprisa hacia la popularización, creo que Eric Frattini opina como yo, es decir, que todavía es posible una dimensión elevada del mismo en medio de la muchedumbre.